16/7/12

Nadie lo dice

Montado en su flamante caballo Bayo, en el interior de una de las alas del histórico Convento de San Lorenzo, no le tembló el pulso al General al decidir el ataque sobre los realistas con sus flamantes granaderos.
Al Bayo sí. 

El aninal estaba inquieto, sudado y tozudo.
En el momento justo y en el sitio adecuado, las tropas sanmartinianas no necesitaron más de 15 minutos para expulsar a los españoles al río o quedarse con sus vidas a punta de sable y bayoneta. Les mataron unos 40 hombres (se perdieron 14 criollos) y nunca más volvieron por allí.
El hecho hubiese quedado en la historia como el combate perfecto, de no haber sido por el Bayo, que ante el susto del debut, se quedó congelado en medio de la cancha y fue blanco perfecto de un cañón realista. La historia recuerda la pierna prieta del General más que al matungo; y las últimas palabras de Cabral más que el color de su piel.
El hecho es que el Bayo, que había sido regalado al General San Martín unos días antes por el vecino Rodrigáñez, no probó otra monta ni acumuló experiencia. Fue uno más de los caballos del Libertador, como el alazán tostado de cola cortada al corvejón o el zaino oscuro de cola abundante.
Como todos recuerdan, el cuerpo sin vida del animal inmovilizó a San Martín hasta que aparecieron el puntano Baigorria, que anuló con su lanza a un realista empecinado en cargarse al jefe; y el correntino Cabral, morocho que le quitó la bestia de encima, liberándolo, pero descuidando su retaguardia por donde le entró el fierro que acabó con su joven vida.
Juan Bautista Cabral -consta en actas- era el hoy conocido “Soldado Heroico” que figura en la Marcha de San Lorenzo, en el tango que lleva su nombre y en un chamamé que le honra. Es, además, el que aparece en innumerables bustos y monumentos erigidos en su nombre en la República Argentina, por homenajeantes de turno que ni siquiera leyeron la escasa biografía de sus 24 años de esclava vida.
Cabral era un zambo de piel muy oscura, natural de Saladas, Corrientes, hijo del indígena guaraní José Jacinto Cabral y de la escalava africana Carmen Robledo, matrimonio al servicio del estanciero Luis Cabral -su verdadero padre- que le dio el apellido a la familia.
Su tumba, a escasos metros del pino histórico, tampoco menciona hoy el color de su piel.
Nadie lo dice.
Fue un soldado raso nombrado post mortem con el cargo de Sargento con el que se lo conoce, por expreso pedido de quien le debía la vida: el General Don José de San Martín, el mismo que en una carta dirigida a la Asamblea del Año XIII, expresó su pedido de apoyo “...a la familia del granadero Juan Bautista Cabral natural de Corrientes, que atravesado el cuerpo por dos heridas no se le oyeron otros ayes que los de viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos”.
Había ingresado al ejército algunos meses antes de su muerte, y su altura de casi 1,90 metros le permitió ser elegido como un soldado más, dentro del segundo escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo.
No fue cabo. 

No fue, en vida, Sargento. 
Ni siquiera llegó a tener caballo propio. Fue un soldado negro que luchó con sable porque no había bayonetas para todos; pero esto nadie lo dice.
Hace 199 años, el 2 de febrero de 1813, el Negro Cabral era cobardemente asesinado por la espalda, mientras se encargaba de salvar una vida que consideraba más importante que la suya. Apenas dos días antes, el 31 de enero, la Asamblea había decretado la Libertad de Vientres, por lo que murió -en un catre hecho con troncos en la improvisada enfermería del convento- pudiendo ser un hombre libre.
Hace 199 años que nadie lo dice. 



Marcelo Bailone - Sant Cugat, 2 de febrero de 2012
   

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